A los dieciséis años comenzó a escribir poesía. Siempre se ha alejado de lo convencional y ha buscado su propio camino. Entre tanto ha recorrido el mundo colaborando de forma independiente con chavales pobres criados en lugares marginados de Etiopía, India y Costa de Marfil. Sus viajes se reflejan en los versos del autor de una forma natural y palpable. Como su amor por la comida sencilla.
En los dos últimos años ha escrito más que nunca. No es
casualidad. En 2016, junto a un par de amigos, dio vida al colectivo “Los
poetas del vaticinio”. Tres amigos poetas que se juntaban cada jueves al caer
la tarde en una casa deshabitada sin apenas muebles para cenar hamburguesas,
beber cerveza, escribir poesía, tocar la guitarra y leer lo que esa misma noche
escribían. Un rito secreto que rozaba lo sagrado. A raíz de esa experiencia
tenemos la suerte de contar ahora con el primer poemario de Velado.
Su obra es un
conjunto intenso de poemas cargados de metáforas nunca antes escritas. En cada poema
se experimenta una inmensa introspección, un viaje a lo más recóndito de uno
mismo. Su obra se entiende desde los ojos de un peregrino que se adentra en
medio de un bosque (el propio) y en cada árbol encuentra un significado
distinto. La alegría que transmiten por fuera y la soledad nostálgica que
guardan sus poemas por dentro, arropados en laberintos de palabras, interpelan
al lector de una forma tan honesta desde una visión puramente cotidiana que te
obliga a leer el libro en una noche de insomnio.
El autor profundiza tanto en su alma, que la convierte en un
universo independiente que recorre a lo largo de sus versos, olvidando que el
recorrido lo ha hecho hacia dentro, que no se ha marchado, y que sigue lidiando
en el mismo lugar donde empezó su viaje.
Gloria Fuertes, Pizarnik, Miguel Hernández, Cirlot, Gamoneda,
José Hierro e incluso Quique González son algunas de las influencias de este
poeta madrileño que con sólo 27 años y sin haberlo planeado ha escrito un libro
que podría marcar a una generación entera.